If only…

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Las palabras son algo por lo que, personalmente, abogo. No existe algo más amable, más traicionero o más bello que una palabra. Aunque, hay palabras y palabras: las que enternecen, las que divierten, las que provocan sentimientos y emociones. Pero existen algunas que asustan, que causan pánico o temor.

Dentro del último grupo hay una frase que jamás nadie quisiera tener que decir o escribir. Ese «If only…» que nos enseñan los anglosajones y que traducimos como «Si solo hubiera…». En solo tres palabras hemos envejecido.

Nuestro espíritu se queja de aquello que deberíamos haber hecho, aquello que deberíamos haber evitado, aquello que deberíamos haber dicho. Toda una vida llena de deseos que se quedaron en un cajón y de sueños que no fueron más que eso, sueños. Pero el ser humano es así, capaz de tropezar no solo con la misma piedra una y otra vez sino de hacerse íntimo amigo de ese fracaso continuo. Sin embargo, la verdad universal es que, al final, nos levantamos.

No hablo de locos. No creo que un emprendedor esté loco ni tampoco creo que un soñador esté demente. De hecho, estos no-locos son los que acaban haciendo historia. Los enamorados, sin ir más lejos, son los que menos «Si solo hubiera…» contemplan. Y yo, por el simple placer de experimentar ese ímpetu de locura, necesitaba hablar de lo que podría haber escrito, de lo que he escrito. Porque de otro modo, seguramente, hubiera aumentado mi lista de aquellos «If only…» que intento día a día tachar.

If only

 

 

Un pensamiento, un diario

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Hoy he abierto mi diario. Sí, aquel de cuando era toda una adolescente en potencia. ¿Mi sorpresa? Por supuesto, mi falta de gusto en cuanto a caligrafía se refiere pero, por otro lado, la sinceridad que desprendían aquellas palabras.

Ahora, que ha pasado el tiempo y se ven las cosas desde otra perspectiva me doy cuenta que no sé más de lo que sabía cuando escribí aquellas frases sin comas ni puntos. Es verdad, que a lo mejor ciertas cosas están exageradas y que el fin del mundo era un suspenso en un examen o que alguna amiga te eliminara de la invitación a su fiesta de cumpleaños. Todas esas cosas se han quedado atrás.

Pero, ¿en el amor? No, en el amor seguimos siendo los mismos que un día cogimos un cuaderno, una servilleta o un trozo de cartulina y escribimos versos de los que al día siguiente nos arrepentíamos. Seguimos siendo los mismos locos pasajeros por las noches que intentan enamorarse o desenamorarse. Eso sí, con mil y un golpes imborrables que desgraciadamente hacen que nos duela la mano nada más empezar a escribir.

Y es que, al fin y al cabo, yo no quiero más que plasmar en cualquier espacio que lo acoja mis pensamientos. Solo por eso, para quitármelos de la cabeza y arrepentirme al levantarme. Para que después de muchos años vuelvan los colores a mis mejillas al leer tanto corazón abierto.

Para eso se inventaron los diarios.

Diario de las cronicas de noves

La lista de las listas

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Hoy quiero que de listas vaya la cosa. Porque es viernes y porque para mí ya no existe el descanso. ¿Que por qué? Porque estoy preocupada, porque aún me quedan 87 cosas que hacer en Madrid antes de morir. Y ustedes me dirán: «tranquila», que aún me queda toda la vida por delante y que me sobrará tiempo, pero eso significará que no saben lo que yo sé.

Dentro de las 10 formas más comunes de morir, yo podría ser la siguiente. Porque ¿y si… mañana me envenenan? O… ¿Y si me duermo y jamás vuelvo a despertar? Entonces, no habré cumplido ni la mitad de lo que debo hacer.

Por ello, me dispongo a entrenar duro. Además, en poco tiempo he descubierto como hacerlo, sí, sí, eso de sentadillas, flexiones, abdominales… Y así, 8 de ejercicios para empezar que me ayudarán a ser fiel a mi propósito.

Pero como de listas iba la cosa, necesitaba motivarme de alguna forma porque la pereza me podía más que la muerte. Entonces, encontré 4 formas para motivarme a la hora de hacer ejercicio. Y lo conseguí, me motivé mucho y sin descanso.

De repente, un día que descansaba de mi entrenamiento intensivo, un amigo, de esos que encuentras en las 10 mejores apps para conocer a gente, me recomendó una peli «Soy Leyenda» esa de Will Smith que, por cierto, está dentro de las 20 mejores películas sobre el fin del mundo, y pensé, ¿Y si me pasa a mi lo mismo y no sólo se acaba el mundo sino que soy la única persona que queda en la faz de la Tierra? No podía dejar de pensar en las consecuencias, jamás podría completar mi misión. Era necesario un plan B, necesitaba la lista de los 5 mejores kits de supervivencia o nunca haría las 87 cosas restantes que hacer en Madrid antes de morir.

Una vez resuelto el problema del fin del mundo, gracias a lo lista que son las listas, pensé que pasaría mucho tiempo en el metro yendo de un sitio a otro de la ciudad, necesitaba urgentemente 10 libros recomendados de literatura fantástica. Sin duda, Juego de Tronos fue mi elección, que ¿por qué? ¿No lo sabéis? Pues porque ocupa el primer puesto de las series mejor puntuadas de todos los tiempos. Y buscando, listiculeando de manera muy lista conseguí descubrir 10 curiosidades que desconocía de la serie.

Y, al fin, conseguí reunir el valor suficiente para comenzar mi andadura tras leer las 9 propuestas para ser más valiente. Me dispuse a empezar cuando me di cuenta de que necesitaba escribir mi propia lista, la que se ajustara a mí, sino todo se volvería borroso y difuso en mi cabeza. Y busqué cómo hacer mi lista, la lista, pero no encontré ningún listículo que se ajustara a lo lista que quería hacer mi lista. Así que espero que no me pase nada por irme de lista.

Una poción mágica: Lamágora

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Buenas noches compañeros de momentos,

Esta noche precisamente quería abrir la veda de una de las cuestiones más comentadas directa o indirectamente. Como siempre, os traigo la máxima actualidad y dentro de ella esta pequeña sección que creo sin duda esencial para comprender el panorama del día a día español.

El tema: los jóvenes españoles. Este sector de la población, a veces mal valorado y otras, simplemente, perfectas excusas de decepción por un país que al parecer no ha educado como es debido. Sin embargo, son ellos, somos nosotros, los que por nuestras propias vías decidimos dar pasos de gigantes. Esa sonada «fuga de cerebros» que va y que viene. Que se va porque no le queda más remedio que continuar sus estudios, que seguir formándose, que aprender idiomas… Pero que vuelve o que siempre quiere volver.

Sin embargo, sin pretensiones de heroicidad, llegamos a valorar incluso más el esfuerzo porque estamos siendo consciente de lo que cuesta conseguir pasar de la vida de becario-mal-pagado o becario-NO-pagado-en-absoluto a emprender. Sí, esa palabra que suena tan enorme. Cada vez más, los jóvenes invierten en sus ideas. A pesar de la poca experiencia, a pesar de las advertencias de mayores y sabios a los que escuchamos, a pesar del miedo a convertir tus ideas en un proyecto que no resulte rentable… A pesar de muchos ‘a pesar’ esta es la sociedad de los valientes.

Y existen muchos valientes. Aquellos que surgieron por casualidad y que no sabían si quiera de su valentía, el famoso Mark Zuckerberg (creador de la plataforma virtual Facebook) y aquellos otros que sacaron las agallas suficientes para desafiar un mercado repleto de monopolios y oligopolios imposibles de penetrar donde las marcas apenas dejan espacio para respirar.

Pero hoy quiero acercaros a la realidad más inmediata, al menos para mí. Quiero que comprendáis que no todos esos emprendedores son famosos y ganan millones. Son gente normal, como tú y como yo, que aman lo que hacen y que por ello han apostado muy fuerte llevándose mil y una decepciones pero mil y dos alegrías gracias al esfuerzo, al durísimo esfuerzo. Ayer tuve la oportunidad de acudir a un evento repleto de emprendedores jóvenes, repleto de ideas innovadoras que nada tienen que envidiar a grandes marcas. Y me siento muy orgullosa de poder decir que de todos aquellos emprendedores una, en concreto, me emocionó ayer. Una a la que he visto crecer. LAMÁGORA. Y os preguntaréis algunos, ¿Qué es Lamágora? ¿Quién es Lamágora? Y solo puedo decir lo que lo define: diseño y creación de complementos para ti y solo para ti. Aunque, si me lo permitís, quiero proponer algún que otro matiz.

Lamágora es pasión, mucha pasión. Es un momento (#lamagoreando), es entrega y alma en cada pieza. Es originalidad y estilo. Es exactamente lo que necesitas porque la poción mágica es la sinceridad y la verdad. Es humildad y sencillez. Es una lucha constante por sorprender y nunca decepcionar. A veces, es magia. Y todos estos componentes hacen que se creen momentos como los de ayer. No sé si fue la noche, si fue la ciudad (Madrid), si fue el ambiente y el entorno, si fue el gin-tonic… De lo único que estoy segura es que todo lo anterior hace que Lamágora cree momentos tan mágicos como los que tuve el placer de presenciar ayer.

Enhorabuena al ejemplo a seguir, al esfuerzo, a la pasión y a la lealtad y fidelidad a uno mismo. Enhorabuena María Lama de Góngora. Y, sobre todo, mucha suerte porque cada día todos somos un poquito más Lamágora.

En cuanto disponga de las fotos del desfile os reecrearé el momento-magia de anoche. De momento, aquí tenéis mucho de Lamágora:

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Esa situación incómoda…

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¡Hola «sagradísimo» domingo!

En esta tarde de domingo invernal y, sobre todo, cómoda, muuuy cómoda. Sólo se me ocurre hablaros de los momentos incómodos de la vida. Esos que todo el mundo intenta evitar, evadir, no provocarlos o simplemente salir huyendo airosos de la dura prueba.

La vida está repleta de momentos incómodos. Y nadie sabe realmente el porqué, ni creo que haya científico alguno que pueda explicarnos matemáticamente las causas de esos desagradables desencuentros ocasionados a lo largo de un día en la vida de las personas normales y corrientes. Y pensaréis… ¿Qué es realmente un momento incómodo? La RAE define momento a través de siete acepciones diferentes, pero yo escogeré la que creo que mejor se ajusta al tema que se expone:

Momento: Lapso de tiempo más o menos largo que se singulariza por cualquier circunstancia.

Y elijo aquello del «más o menos largo» porque, créanme, a veces se te pueden hacer eternos. Y, también creo firmemente en lo de «que se singulariza por cualquier circunstancia» porque como detallaré en unos instantes, el ambiente que se crea se exime de cualquier lógica existente.

La RAE también define incómodo a partir de tres diferentes acepciones de las cuales no podré decidir cuál nos viene más al tema:

Incómodo:

1. Que carece de comodidad.

2. Que incomoda.

3.Dicho de una persona: Que no está o que no se siente a gusto.

Porque, evidentemente, esa situación carece de comodidad, incomoda muchísimo y, además, la persona no se encuentra ni por asomo algo que se parezca a «a gusto».

Personalmente, los momentos incómodos podrían clasificarse en tres niveles. Primer nivel, llamado también «light». Podríamos definirlo como aquella situación incómoda que se crea de imprevisto a partir de una vivencia cotidiana pero en la que sólo interactúa una persona. En este momento participarían también de forma activa animales, cosas y «otros». Por ejemplo:

Domingo, 12 am. Lugar: tu casa. Tras una noche de sábado de desenfreno y mucha juerga, te dispones a ir a la cocina, el oasis de toda persona con resaca. Una vez saciada tu sed, haber mirado un par de veces en el frigorífico y haberte tomado el ibuprofeno, sales de la cocina para emprender tu camino hacia el salón donde se encuentra el sofá, el equivalente a un masaje de pies tras un día de Semana Santa en Sevilla para una persona con resaca.  Y, de repente, sin previo aviso, algo te impide avanzar, tu semblante cambia por completo, hay alguien más detrás tuya, luchas por avanzar pero esa cosa es más fuerte de lo que te podías imaginar y te agarra con fuerza el jersey. Pero al fin, te armas de valor sabiendo que ese instante podrá ser el último de tu vida… Tragas saliva y giras lentamente tu cabeza hacia atrás y… y… Descubres que tu jersey se ha enganchado y que el pomo de la puerta era el temible violador, ladrón y asesino que esperabas encontrarte. A eso, señoras y señores, lo llamo yo momento incómodo. Luego ríes y sigues adelante, al menos esta vez nadie te ha visto.

Otros momentos lights, son aquellos que viven en nuestro día a día. Ese día que te pasas arreglándote delante del espejo horas y horas y que dices: ¡Hoy sí que sí, me voy a comer el mundo! Y nada más pisar la calle notas que te miran, que te dicen cosas bonitas y te sientes guapa, elegante e importante. Pero tranquila, pronto el karma te devuelve a la cruda realidad y tropiezas delante de toda una pandilla de chicos jóvenes en la que si esperabas encontrar al hombre de tu vida, créeme, ya no. O aquel momento, en el que sacas el móvil a toda prisa como si te fuera la vida en ello y cuando al fin consigues desbloquearlo con las manos sudorosas y temblorosas propiciadas por la presión de la situación… No recuerdas para qué lo sacaste. Entonces, tras un rato investigando cada red social, cada correo y cada llamada perdida te das cuenta de que sólo querías mirar la hora. Pero bueno, al menos este también se queda para ti. O uno de mis preferidos, ese «tirar» y «empujar» tan famoso. Un clásico.

Existe un segundo nivel al que podríamos nombrar «why to me», «pourquoi me» o, lo que es lo mismo, «porqué a mí». Esa situación incómoda que se crea también de imprevisto a partir de una vivencia cotidiana pero esta vez interactúan dos o más personas por lo que el grado de incomodidad aumenta. Por ejemplo:

Lunes, 2pm. Lugar: pleno centro de la ciudad. Después de un despertar desagradable con la música totalmente innecesaria del despertador del móvil, tras haber superado una avalancha de gente en el metro o el autobús y haber soportado a tu jefe/profesor metiéndote la suficiente presión para no poder dormir por las noches el resto de la semana, llega esa ansiada y esperada «hora de comer». Y ahí estás tú, andando por las calles de tu ciudad. A esas horas el centro está repleto de gente que como tú sólo piensa en los huevos fritos con patatas que se van a comer en unos minutos. Sin embargo, el peligro acecha cada esquina de esa gran avenida. Intentas sortear a todo el mundo que parece que ha decidido que la línea de tu camino es la que te lleva más rápido. Y, como siempre, sin previo aviso, ahí están: dos personas paradas, anónimas, que no se conocen de nada. Intentas ir hacia tu derecha, entonces aquel extraño se dirige hacia su izquierda, sonreís. Intentas ir hacia el otro lado y justo aquella alma gemela pasajera decide ir hacia ese mismo lado, la sonrisa cada vez es más forzada. De repente, te ves inmerso en una sevillana continua, «cojo la manzana, la muerdo y la tiro», «cojo la manzana, la muerdo y la tiro», «cojo la manzana, la muerdo…». Sin saber cómo, sales de aquel momento, eso sí, con la cara de un color rojo intenso, rojo valentino, y con un título de profesional en danza española que podrás colgar en tu nevera para no olvidar nunca ese momento incómodo vivido.

Por último, hay un tercer nivel o también llamado «heavy». Esta categoría se define como situación incómoda que se crea de imprevisto a partir de una vivencia cotidiana en la que también interactúan dos o más personas por lo que no sólo el grado de incomodidad aumenta sino que el rango es tan elevado que tus recuerdos se posicionan en la parte del cerebro de «cosas difíciles de olvidar». Por ejemplo:

Viernes, 10 pm. Lugar: discoteca, pub o lugar «petado» de gente. Después de toda una semana esperando a que llegara el tan amado viernes, quedas con tus amigos en un lugar de ambiente, el que está más de moda en la ciudad. Al llegar, todo está tan lleno que apenas cabe un alfiler. Tras mirar panorámicamente varios minutos hacia tu alrededor, al fin consigues ver la luz. Ahí está tu amigo, con su peinado de siempre, su camisa de cuadros y esa forma de cabeza que es tan peculiar. Entonces te diriges como una bala sorteando todos los obstáculos que va poniéndote aquella masa de incivilizados (ya que todos nos volvemos un poco menos humanos los viernes): que si vasos que se vierten en tus recién estrenados zapatos, que si empujones gratuitos de oferta, que si manotazos en la cara de regalo… Pero consigues llegar y, entonces, abrazas por detrás a tu amigo como si hiciera años que no lo veías y le gritas: «¡Cuánto tiempo!, ¡Qué ganas tenía de verte!, ¡Al fin vierneee…». Oh, shit. Por desgracia, no. Ese no era tu amigo. No era el de siempre, ni estaba con los de siempre. Todos son extraños que te miran incrédulos y que esperan ansiosos de carcajadas tu próxima reacción. Y entonces, te das cuenta de que de situaciones como esta se creó la expresión «tierra trágame» porque si justo en ese momento apareciera el genio de la lámpara y te concediera cualquier deseo, seguro que elegirías hundirte en el fondo de la tierra, tan hondo que ni tú misma recordaras cómo volver. Pero todo esto no es más que culpa tuya porque los parámetros por los que te guiaste para avanzar por la tormenta hasta tu amigo digamos que fundamentos tenían bastante poco. ¿Chico con peinado de siempre? Si todos se peinan iguales. ¿Camisa de cuadros? Por dios…

Al final, comprendes que tendrás que vivir con estas situaciones casi a diario porque como bien sabéis son impredecibles y se dan en los momentos más inoportunos. Pero, al menos, a partir de ahora pensaréis más antes de actuar, os armaréis de valor para mirar atrás sin tapujos, intentaréis conseguir vuestro segundo título, esta vez, en experto en rumbas y jamás abrazaréis a un posible amigo sin haberle pedido antes el dni, el pasaporte y sus huellas dactilares. ¿No?

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El rock’n’roll de la vida

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Desde pequeños nos enseñan a que todos tenemos que pasar por diferentes etapas que irán definiendo lo que seremos en el futuro y cómo llevaremos ser aquello que lleguemos a ser. Naces y lo primero que te imponen es que ya de por sí tienes que romper a llorar. ¿Sois conscientes? Lo primero que hacemos en nuestra vida es llorar como condenados. Pasan los meses y dentro de que autonomía poseemos la mínima (eso de movernos solos se nos hace cuesta arriba a esa edad) cumplimos con muecas, sonrisas, sonidos que se traban al salir de nuestro cuerpo y, para colmo, nos pasamos días y días escuchando voces que cambian al dirigirse a nosotros directamente y que llegan a tonos vocalmente imposibles de alcanzar por el ser humano.

Sin embargo, hay un momento de nuestra corta vida en el que sin previo aviso y sin anestesia nos ceden todo el poder. Así sin más. Y nosotros, que nos hemos pasado meses y meses dependiendo de nuestros mayores, tenemos que decidir cuándo comenzar a andar, a hablar y a valernos por nosotros mismos. Pero no contento el universo, el karma o Dios con todo esto, tenemos que seguir aprendiendo miles de cosas que si se listaran rondaría el infinito y más allá. Que si aprender a leer, a escribir, a sumar, a restar, a hacer raíces cuadradas, sí en serio, raíces cuadradas… Que si los ríos de España, que si los de Europa… ¡Qué si los del mundo entero! ¿Y de verdad os sorprende que lleguemos tocados y hundidos a la adolescencia?

Pero nosotros lo hacemos como buenas marionetas que somos y buenos bebedores de lo común. Y, de repente, nos rebelamos contra las imposiciones, el vulgarismo… A veces nos rebelamos hasta contra nuestro armario (eso es algo de lo que te das cuenta a medida que van pasando los años). Y cuando creías que ya no podías ostentar tanto poder como lo haces en el último curso del colegio, llegas a la Universidad. Ahí es donde empieza realmente tu dilema.

La Universidad… Esa etapa de tu vida (impuesta, por supuesto) en la que te vuelves filósofo del siglo XXI, componente de un grupo flamenco, heavy o rockero, alumno honorario del nivel del First en la academia, máximo exponente del Power Point hecho carne y runner profesional a jornada partida y, todo eso, en el mismo día. Una auténtica chica de provecho, una auténtica máquina creada por esta sociedad.

Y acabas. Algún día (más tarde o más temprano) terminas con todo lo impuesto. Se termina tu pequeña condena, las cadenas se rompen y eres libre. ¡Ay, qué bonito suenas libertad!… Y qué poquitos te saben utilizar. Y así se compone este mundo: de gente con la libertad impuesta y de aquellos a los que la libertad no les supone una norma. Y tu vida, la tuya, la de verdad, comienza cuando comprendes que esa libertad no es un regalo por haberte portado bien con la sociedad sino un derecho que tuviste desde el primer minuto en el que decidiste llorar.

Y digo yo… ¿qué pasaría si todos empezáramos con una sonrisa?

¡Feliz sábado a todos!

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El populismo, la economía de los cobardes

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Quiero compartir un nuevo post que hace poco escribí en mi muro de Facebook y que quiero que llegue lo más lejos posible para que todos los españoles se hagan eco de este tipo de testimonios, que los hay, existen y son muchos.

Tras varios días de descanso, tras muchas horas intentando pensar en otras cosas y dejarlo pasar, que solo mi retina y mi cabeza guardaran el momento, después de evitar lo inevitable tengo que hacer pública una reflexión. Quizá, mi corazón periodístico me impide hacer de esto oídos sordos y es por ello que quiero haceros partícipes a todos de algo que vi y oí. De algo que me conmovió y que, por otra parte, me está quitando el sueño por las noches.

La pasada semana tuve la suerte de coincidir en el autobús de vuelta de las clases con una chica venezolana que cursaba el mismo máster que yo. Estuvimos hablando y una cosa llevó a la otra y, al fin, le pregunté por su país. La curiosidad hacia lo desconocido es un don innato y ya saben, como periodista cualquier información es poca para saciar nuestro ansia de saber, aprender y conocer. Todo lo que aquella chica me contaba era bello, rebosaba felicidad, alegría, sabor… Entonces, cuando Venezuela ya estaba en mi mente y casi que en mis ojos, ella me miró con tristeza y me confesó, sin contención alguna, como si hubiera estado esperando el momento desde hacía tiempo: «Solía ser un país feliz, la gente solía ser alegre y dulce, solíamos ser y hacer muchas cosas… Cosas que ya sólo aparecen en los libros de historia, cosas que sólo algunos recuerdan pero que muchos han olvidado».
Y me contó y me interpretó todo lo que me contaba. De repente, sin previo aviso me soltó: «¿Tú votas?» y yo le contesté con un sí rotundo, ya que siempre que he podido he ejercido mi derecho al voto como cualquier otro ciudadano, entonces ella me respondió con semblante serio, impecable: «Por favor, no votes a Podemos«. Claro, mi reacción fue más que clara debido a mis creencias y a mi opinión personal sobre el tema. Pero, quise ir más allá. Utilizar esa parte de mí que siempre está y que busca informar desde la más absoluta fiabilidad que te puede llegar a dar el testimonio de una persona que ha vivido y que vive una realidad. Entonces, yo, como periodista le pregunté a aquella chica que acababa de conocer apenas: «¿Por qué?». Quizá esa pregunta que se hacen gran parte de los españoles, ese «si no pierdo nada…», ese «y por qué no…», entre otras. Y claro la respuesta fue devastadora, como lo es el tema en sí.

Por qué no debemos votar al Partido político de Podemos, liderado por Pablo Iglesias, según una venezolana, es decir, una persona que está viviendo los inconvenientes de un partido similar en su país elegido democráticamente:

«Nosotros veníamos de una situación parecida, había mucha corrupción, la gente estaba harta. Entonces, surgió un partido que prometía, que parecía ser creíble, que luchaba por el pueblo… Mucha gente lo votó pensando que sería la salvación, que Venezuela mejoraría. Sin embargo, el día en que este presidente salió elegido fue nuestra sentencia. Venezuela no volvería a ser lo que fue una vez».

La inseguridad roza niveles tercermundistas. Existe un toque de queda no oficial y a partir de ciertas horas no puedes estar en la calle. La gente te roba el móvil, la cartera, el coche e incluso tienes el temor de que te ocurra lo que le pasó a Miss Venezuela, Mónica Spear. Ser atracado volviendo de la playa con tu familia y ser tiroteado llega a estar a la orden del día allí.

La gente no dispone apenas de derechos, todo se decide desde arriba. No hay trabajo, no se crea empleo porque aquellos empresarios que lo creaban han huido para poner a salvo sus empresas. El No derecho llega hasta extremos tales como obligar a los venezolanos que se exilian voluntariamente a imponer a sus descendientes la única nacionalidad independientemente de haber o no nacido en Venezuela.

No hay derechos. Chinos y rusos se adueñan del país cada día más. Ya nadie sonríe en los autobuses, ya la gente ha dejado de ser «deliciosa». Pero lo peor de todo es que ya no se les puede echar. El país se manifiesta pero todo esfuerzo es en vano. Nada vale. Ya no.

El lenguaje no verbal la delataba. Sólo quiero hacer una reflexión. Ayudar al ignorante, al indeciso, al que le gusta estar informado, al que le gusta escuchar, al que cree que no tiene nada que perder. No sé si esto servirá de algo o si dentro de dos días quedará olvidado en mi muro o si no es suficiente para muchos, incluso si para muchos será casi blasfémico. Sólo sé que la desesperanza no es motivo para dejar de luchar por un país. No es motivo para permitirnos desandar lo que tanto esfuerzo nos ha costado andar. Las cosas no van bien esa es la realidad pero la alternativa no es esta. Sentenciar España hacia su fin no será culpa de Podemos, será culpa nuestra.

Estamos a tiempo de no escuchar «se prohíbe…».

Os dejo un vídeo que lleva circulando por muchos medios de comunicación desde hace varios días y que es, desde mi punto de vista, sensacional para entender lo que está pasando en otros países y lo que puede ser la «crónica de una muerte anunciada» en España. Os propongo alguna de las frases más definitorias del speech y el minuto donde podéis encontrarlas.

«El populismo ama tanto a los pobres que los multiplica» 7:37′

«Los lationamericanos ven en los regímenes chavistas que todo es gratis, nada es gratis, todo viene pagado de algo» 8:48′

«El mecanismo que los populistas usan es seguir con ese discurso: Tú estás mal porque alguien está bien. Lo que nosotros tenemos que rescatar es que todos podemos estar bien, que el hecho de que una persona acumule riqueza no le impide a otra acumularla» 9:39′

«…y desmantelar el populismo como lo que es una postergación de la pobreza, de la ignorancia y de mantener a los pueblos sometidos bajo la ilusión de que sólo los bienes materiales son lo que importan a la hora de votar» 10:40′

 

Minientrada

He vuelto

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¡Hola a todos!

En primer lugar, quería disculparme por esta ausencia tan larga. Para ser sincera mi única excusa no es más que, a veces, la inspiración se trunca y comienzas a darle importancia a otros temas y dejas tus pensamientos a un lado. Olvidas que la mejor manera de que todo siga adelante es expresándote, siendo fiel a tu filosofía de vida y, sobre todo, compartir algo que probablemente nadie acepte o, incluso, que moleste. Pero, al fin y al cabo, ese es nuestro cometido el de molestar tanto que lo que publiquemos llegue a todos los «ojos» posibles.

Por otro lado, también creo que los descansos son buenos y que, traduciendo todo esto al día a día, la forma en la que te vas no es siempre la más correcta. Te pueden perder las formas, puedes dejar un buen o un mal sabor de boca, puedes irte a hurtadillas, en silencio, sin que se note, o todo lo contrario, puedes ser un huracán y salir por la puerta grande. Pero lo más importante es que aprendas que aprendas a volver. Que se note. Que vuelvan a hablar de ti y que revoluciones este mundo empezando por pequeños rincones. Esos que te creas para ti pero que en el fondo sabes que pueden interesar a mucha gente.

Resumiendo, he vuelto y espero molestaros mucho porque entonces sabré que estoy haciendo bien mi trabajo.

Un saludo a todos.

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El fin que no justifica los medios

«¿El mundo se va a acabar?» » –Sí, estoy convencido de ello. El fin no puede tardar en llegar porque, si analizamos bien las cosas, ya se ha descubierto todo lo que había que descubrirse. Ya el hombre ha inventado todo lo que podía inventar. Eso es señal de que el mundo llega a su fin», vaticinaba Charles.H.Duell allá por el siglo diecinueve. Resulta casi irónico que el propio comisario de la Oficina de Patentes de los EEUU augurara el fin de la humanidad y, en consecuencia, pidiera el cierre total de la oficina. Pero más irónico le parecería a Duell que dos siglos después,su frase perteneciera a la base de datos de Google.
Con la llegada de la digitalización parece que el ingenio se agudiza y no cesan de aparecer inventos innecesarios, al menos,hasta que los inventan. Pero sin duda uno de los mejores hallazgos habidos y por haber es Twitter. El pajarito azul domina la vida de todos y cada uno de los allegados a Internet. Jamás nadie se había interesado en saber qué pasaba por la cabeza de un conocido cualquiera a las ocho de la mañana. Y, quizá ahora tampoco, pero es bueno saberlo, ¿no?. De hecho, da la casualidad que @ceade se levanta cansado; «Buenos días! Qué cansado estoy!». ¡Vaya!, casualmente yo también, rt. Y así fue durante sus primeros años de vida. Todo lo cotidiano se trasladaba a una red social poco segura y desconocida, incluso aquel enemigo de las redes sociales se hacía con uno. Al final, la estrategia cumplía su objetivo: todos cazados por la red.
Sin embargo, los medios de comunicación lo vieron claro. ¡Esta es la mía!, dijeron al unísono. Una nueva herramienta para el periodismo nacía y, encima, totalmente gratuita, teniendo en cuenta la inminente situación de crisis que sufren las empresas informativas. Los principales gigantes de la comunicación se hacían con el poder de Twitter para publicar la última hora de las noticias. Hasta ahí todo bien. El problema aparece cuando el medio, periodísticamente hablando, no es el fin para la audiencia. El perfil del consumidor ha cambiado, estos ya no esperan a comprar un periódico y buscar las noticias del día (ya obsoletas y poco actualizadas por su periodicidad), o a encender la televisión y la radio y buscar canales y emisoras que les proporcionen la agenda del día. El usuario no consume sino que produce. La noticia corre a cargo de aquel que tuitea, de aquel que publica el enlace o la foto.
Todo parece indicar que los medios de comunicación han perdido la batalla contra Twitter. Se trata de consecuencias que, probablemente, estén provocadas por la necesidad de participar y sentirse parte de la noticia, no sólo los tuiteros, sino toda la audiencia que ha estado sin voz mucho tiempo. Sin embargo, la evolución de esta red social cada día está más corrompida por la misma voz que ha gritado alto. El insulto, la falta de respeto, el agravio y los comentarios ofensivos están a la orden del día en un espacio en el que parece imposible publicar más que una frase. La infoxicación es el problema principal que ocupa una de sus desventajas. Esta sobrecarga de información colapsa a diario los dispositivos con ‘trending topics’ o ‘tendencias’ faltas de argumentos o comunicación de alguna manera productiva.
Los últimos ejemplos provienen del reciente asesinato de la presidenta del PP de León, Isabel Carrasco, del que muchos perfiles anónimos han participado a través de sus Twitters con comentarios a favor del delito. Por otro lado, justo ayer, 2 de junio, abdicaba el Rey Don Juan Carlos I de la corona de España cediéndosela a su hijo el Príncipe de Asturias, Felipe. Las redes sociales ardían en comentarios antimonárquicos y publicaban fotos y vídeos fuera de lugar. Toda una avalancha de ciudadanos atacándose entre sí. Una batalla campal a través de la red.
La respuesta y la solución ha de estar en los medios de comunicación. Estos deben hacerse con el control de las redes sociales, en este caso Twitter, y educar a una población que,a falta de leer y documentarse,sólo expone comentarios faltos de trasfondo. Una realidad que incrementa, quizá,por la crisis, por la desesperación de muchos por no encontrar una alternativa a políticas corruptas o escándalos económicos. Por ello, se deduce que algo está fallando y que el encargo más importante de los medios, el de educar, es una realidad disfrazada por el momento.
Aún queda mucho por inventar pero, sobre todo, queda mucho por aprender. ¿La prioridad? El respeto. ¿El objetivo? La información.

Me dijo un inglés sobre España

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Las noches se hacen largas. Y todo, porque me acompaña un amigo fiel, de esos que no se van nunca. De los que te preguntan una y otra vez: ‘¿Qué te pasa?’, cuestión que por ley suele tener la contestación más inverosímil de todo el diccionario español: ‘Nada’. Ese que comparte tus pensamientos y que entiende que por ellos no concilies el sueño. Al que muchos llaman ‘insomnio’, pero al que yo personalmente llamo ‘inspiración’.

En días como hoy, tras la ausencia de este amigo fiel que, como otros muchos, me ha llegado a abandonar, despierto del letargo. Pero no despierto gratuitamente. Un ‘no he tenido nada que decir’ no va a ser mi excusa. De hecho, no me excuso sino propongo. No es más inteligente quien habla, sino el que escucha. También el que ve u observa tiene un gran hueco en esta afirmación. Al fin y al cabo, todo esto surge por la rabia contenida. Escuchar y observar está bien, pero callar es complicado cuando parece que tu voz va contra viento y marea. ¡Ay! Esta sociedad…
Hablo de aquellos que renuncian a seguir adelante por el hecho de no ser ellos quienes gobiernan. De los que luchan por un país libre pero que luego no respetan más que sus propias opiniones. De los que acusan y crean demagogia barata. De los que creen que nuestro país no es manejable y luego son ellos quienes apuntan bien alto a la hora de juzgar. También hablo de aquellos a los que no puedes mostrar tus creencias, tu forma de vida, tus gustos, tus prioridades… Porque te condenarán y descalificarán por ser algo que antes aquí se era, y mucho. Por ser español y defender a tu país. Hablo de aquellos a los que llamar a España por su nombre les irrita. Ahora, me desconcierto al ver a aquella parte de la sociedad que no lucha unida al resto. La que tanto sentencia no es capaz de olvidar su orgullo y jugar a favor del final de esta batalla que tantos años llevamos librando todos y cada uno de los ciudadanos españoles que conforman el mapa de nuestra tierra.
Señores, España es España por sus tradiciones, por su modélico estilo de vida, por su gente, por sus calles, por su gastronomía… Si empezamos a prohibir cómo vivir en este país nos quedará algo parecido a Finlandia o Noruega: envidiable nivel de vida pero con la tasa más alta de suicidios en toda Europa.
Y ahora yo me pregunto: ¿Que hay de malo en ser español y porqué una gran parte de la sociedad insiste en dejar de serlo? Por ello, propongo respeto a los que se enorgullezcan a voz en grito de serlo. El mismo, que se le muestra a aquellos que se empeñan en no serlo.

Y,por último, quisiera recordar mi paso por Londres. El año pasado, tuve la suerte de poder afianzar mis conocimientos como periodista y mi inglés en la capital británica. Aprendí a admirar a los ingleses y a empaparme de su metodología y responsabilidad. Pero, sobre todo, aprendí a adorar a mi país cuando en un encuentro con varios estudiantes, uno de ellos, un británico rudo de las afueras de Londres, me preguntó de dónde provenía, a lo que yo le contesté: ‘De España’. Fue entonces, cuando me hizo una pregunta que, sinceramente, en aquel momento no pude contestar sin recurrir más que al argumento barato de la crisis (un argumento que a estas alturas ya no se vende nada caro). Aquel inglés me preguntó con su acento bien profundo, incluso difícil de entender: ‘Y, entonces, si eres de España, ¿Qué haces aquí?’. Enmudecí. Las razones que él mismo me dio a conocer a posteriori me bastaron para comprender la suerte que tenemos.

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