¡Hola «sagradísimo» domingo!
En esta tarde de domingo invernal y, sobre todo, cómoda, muuuy cómoda. Sólo se me ocurre hablaros de los momentos incómodos de la vida. Esos que todo el mundo intenta evitar, evadir, no provocarlos o simplemente salir huyendo airosos de la dura prueba.
La vida está repleta de momentos incómodos. Y nadie sabe realmente el porqué, ni creo que haya científico alguno que pueda explicarnos matemáticamente las causas de esos desagradables desencuentros ocasionados a lo largo de un día en la vida de las personas normales y corrientes. Y pensaréis… ¿Qué es realmente un momento incómodo? La RAE define momento a través de siete acepciones diferentes, pero yo escogeré la que creo que mejor se ajusta al tema que se expone:
Momento: Lapso de tiempo más o menos largo que se singulariza por cualquier circunstancia.
Y elijo aquello del «más o menos largo» porque, créanme, a veces se te pueden hacer eternos. Y, también creo firmemente en lo de «que se singulariza por cualquier circunstancia» porque como detallaré en unos instantes, el ambiente que se crea se exime de cualquier lógica existente.
La RAE también define incómodo a partir de tres diferentes acepciones de las cuales no podré decidir cuál nos viene más al tema:
Incómodo:
1. Que carece de comodidad.
2. Que incomoda.
3.Dicho de una persona: Que no está o que no se siente a gusto.
Porque, evidentemente, esa situación carece de comodidad, incomoda muchísimo y, además, la persona no se encuentra ni por asomo algo que se parezca a «a gusto».
Personalmente, los momentos incómodos podrían clasificarse en tres niveles. Primer nivel, llamado también «light». Podríamos definirlo como aquella situación incómoda que se crea de imprevisto a partir de una vivencia cotidiana pero en la que sólo interactúa una persona. En este momento participarían también de forma activa animales, cosas y «otros». Por ejemplo:
Domingo, 12 am. Lugar: tu casa. Tras una noche de sábado de desenfreno y mucha juerga, te dispones a ir a la cocina, el oasis de toda persona con resaca. Una vez saciada tu sed, haber mirado un par de veces en el frigorífico y haberte tomado el ibuprofeno, sales de la cocina para emprender tu camino hacia el salón donde se encuentra el sofá, el equivalente a un masaje de pies tras un día de Semana Santa en Sevilla para una persona con resaca. Y, de repente, sin previo aviso, algo te impide avanzar, tu semblante cambia por completo, hay alguien más detrás tuya, luchas por avanzar pero esa cosa es más fuerte de lo que te podías imaginar y te agarra con fuerza el jersey. Pero al fin, te armas de valor sabiendo que ese instante podrá ser el último de tu vida… Tragas saliva y giras lentamente tu cabeza hacia atrás y… y… Descubres que tu jersey se ha enganchado y que el pomo de la puerta era el temible violador, ladrón y asesino que esperabas encontrarte. A eso, señoras y señores, lo llamo yo momento incómodo. Luego ríes y sigues adelante, al menos esta vez nadie te ha visto.
Otros momentos lights, son aquellos que viven en nuestro día a día. Ese día que te pasas arreglándote delante del espejo horas y horas y que dices: ¡Hoy sí que sí, me voy a comer el mundo! Y nada más pisar la calle notas que te miran, que te dicen cosas bonitas y te sientes guapa, elegante e importante. Pero tranquila, pronto el karma te devuelve a la cruda realidad y tropiezas delante de toda una pandilla de chicos jóvenes en la que si esperabas encontrar al hombre de tu vida, créeme, ya no. O aquel momento, en el que sacas el móvil a toda prisa como si te fuera la vida en ello y cuando al fin consigues desbloquearlo con las manos sudorosas y temblorosas propiciadas por la presión de la situación… No recuerdas para qué lo sacaste. Entonces, tras un rato investigando cada red social, cada correo y cada llamada perdida te das cuenta de que sólo querías mirar la hora. Pero bueno, al menos este también se queda para ti. O uno de mis preferidos, ese «tirar» y «empujar» tan famoso. Un clásico.
Existe un segundo nivel al que podríamos nombrar «why to me», «pourquoi me» o, lo que es lo mismo, «porqué a mí». Esa situación incómoda que se crea también de imprevisto a partir de una vivencia cotidiana pero esta vez interactúan dos o más personas por lo que el grado de incomodidad aumenta. Por ejemplo:
Lunes, 2pm. Lugar: pleno centro de la ciudad. Después de un despertar desagradable con la música totalmente innecesaria del despertador del móvil, tras haber superado una avalancha de gente en el metro o el autobús y haber soportado a tu jefe/profesor metiéndote la suficiente presión para no poder dormir por las noches el resto de la semana, llega esa ansiada y esperada «hora de comer». Y ahí estás tú, andando por las calles de tu ciudad. A esas horas el centro está repleto de gente que como tú sólo piensa en los huevos fritos con patatas que se van a comer en unos minutos. Sin embargo, el peligro acecha cada esquina de esa gran avenida. Intentas sortear a todo el mundo que parece que ha decidido que la línea de tu camino es la que te lleva más rápido. Y, como siempre, sin previo aviso, ahí están: dos personas paradas, anónimas, que no se conocen de nada. Intentas ir hacia tu derecha, entonces aquel extraño se dirige hacia su izquierda, sonreís. Intentas ir hacia el otro lado y justo aquella alma gemela pasajera decide ir hacia ese mismo lado, la sonrisa cada vez es más forzada. De repente, te ves inmerso en una sevillana continua, «cojo la manzana, la muerdo y la tiro», «cojo la manzana, la muerdo y la tiro», «cojo la manzana, la muerdo…». Sin saber cómo, sales de aquel momento, eso sí, con la cara de un color rojo intenso, rojo valentino, y con un título de profesional en danza española que podrás colgar en tu nevera para no olvidar nunca ese momento incómodo vivido.
Por último, hay un tercer nivel o también llamado «heavy». Esta categoría se define como situación incómoda que se crea de imprevisto a partir de una vivencia cotidiana en la que también interactúan dos o más personas por lo que no sólo el grado de incomodidad aumenta sino que el rango es tan elevado que tus recuerdos se posicionan en la parte del cerebro de «cosas difíciles de olvidar». Por ejemplo:
Viernes, 10 pm. Lugar: discoteca, pub o lugar «petado» de gente. Después de toda una semana esperando a que llegara el tan amado viernes, quedas con tus amigos en un lugar de ambiente, el que está más de moda en la ciudad. Al llegar, todo está tan lleno que apenas cabe un alfiler. Tras mirar panorámicamente varios minutos hacia tu alrededor, al fin consigues ver la luz. Ahí está tu amigo, con su peinado de siempre, su camisa de cuadros y esa forma de cabeza que es tan peculiar. Entonces te diriges como una bala sorteando todos los obstáculos que va poniéndote aquella masa de incivilizados (ya que todos nos volvemos un poco menos humanos los viernes): que si vasos que se vierten en tus recién estrenados zapatos, que si empujones gratuitos de oferta, que si manotazos en la cara de regalo… Pero consigues llegar y, entonces, abrazas por detrás a tu amigo como si hiciera años que no lo veías y le gritas: «¡Cuánto tiempo!, ¡Qué ganas tenía de verte!, ¡Al fin vierneee…». Oh, shit. Por desgracia, no. Ese no era tu amigo. No era el de siempre, ni estaba con los de siempre. Todos son extraños que te miran incrédulos y que esperan ansiosos de carcajadas tu próxima reacción. Y entonces, te das cuenta de que de situaciones como esta se creó la expresión «tierra trágame» porque si justo en ese momento apareciera el genio de la lámpara y te concediera cualquier deseo, seguro que elegirías hundirte en el fondo de la tierra, tan hondo que ni tú misma recordaras cómo volver. Pero todo esto no es más que culpa tuya porque los parámetros por los que te guiaste para avanzar por la tormenta hasta tu amigo digamos que fundamentos tenían bastante poco. ¿Chico con peinado de siempre? Si todos se peinan iguales. ¿Camisa de cuadros? Por dios…
Al final, comprendes que tendrás que vivir con estas situaciones casi a diario porque como bien sabéis son impredecibles y se dan en los momentos más inoportunos. Pero, al menos, a partir de ahora pensaréis más antes de actuar, os armaréis de valor para mirar atrás sin tapujos, intentaréis conseguir vuestro segundo título, esta vez, en experto en rumbas y jamás abrazaréis a un posible amigo sin haberle pedido antes el dni, el pasaporte y sus huellas dactilares. ¿No?